Siempre se había quejado de aquellos cordeles de humo que
entre contoneos caprichosos e imposibles sugerían el camino que tanto anhelaba,
e impotente ante el destino solo podía dejarse sucumbir y contestar con su
sonrisa.
Al igual que un títere entre sogas hilachazas con hebras de
cristal
porque aunque fuese una sonrisa disfrutada
luego esa sonrisa la pagaba con sal.
Lo peor de él era saber que lo peor era él mismo, que en
realidad era su propia mano la que manejaba aquellas cuerdas que tanto le
costaba desasir, él y su fantoche de trapo musitando entre dientes una agradable mentira, tan
fácil de escuchar.

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