Las ventanas de aquel cuarto se abrieron de golpe dejando
paso al sonido de unos dedos chasqueados que parecían proceder del jardín,
marcando un ritmo peligroso. De nuevo se había dejado intoxicar por aquella música
del diablo. La ponzoña de tres palabras y un cumplido disfrazados de veneno
como antídoto de otro que podía resultar ser la verdad, y luego la melodía en
los oídos, un guiño en la guitarra, una jarra de optimismo y tras aclararse la
garganta, comenzó a cantar.
“fever in the mornig, fever all through the night”

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