martes, 25 de enero de 2011

Las cosas claras.



¡Oh, pero venga! No nos engañemos, mientras tú incubabas tus mentiras yo lo hacía con mis razones. Desde un principio no intentaste ocultar a mis sentidos que todo había sido una gran patraña, de esas que te van devorando poco a poco. En cambio seguías como si el sendero por el que caminaste no fuese ceniza al viento. Como si hubieras llegado a lo más profundo cuando en realidad no tenías ni las llaves de la entrada. Simplemente te enmascaraste con un antifaz de humo, dijiste ser quien no eras y te creíste cada mentira que escupieron tus propios labios. El único pecado es no ser quien realmente quisiera que fueras, el único yerro… que no supieras mentir.

2 comentarios:

  1. A pesar del diminuto rincón de vida que habitaba su frente no se podía decir que era una tía fea, todo lo contrario, era una mujer bastante atractiva y eso quizás fue lo que le llamó la atención de ella o por lo menos lo que le convenció para pasar las tardes más aburridas de su vida. En aquellos momentos: sentado en un centro comercial, en algún que otro bar del puerto o simplemente caminando por la calle, se olvidaba de la mediocridad de su acompañante para recordar los buenos momentos que habían prevenido la gran catástrofe, buenos momentos siempre con otras mujeres, capaces, y no como esta, de mantener una conversación más allá de los límites de lo absurdo, límites por los que caminaba aquella tipa sin el más mínimo deje de vergüenza, saltando y cacareando la mayor sarna de estupideces que pudiera salir de las divagaciones nocturnas de un ser infantil y pedante. Ella se limitaba a pensar que él la deseaba con todo su ímpetu, y a caminar por el angosto laberinto por el que él la guiaba cuando ella preguntaba si la quería. Y esas palabras nunca llegaron a sus oídos, por que en realidad él nunca las había pronunciado, algo lógico, y no tanto, cuando la sensatez y el sentido común se encestaban en la canasta del olvido, y en último caso, en la papelera más cercana… bueno, por lo menos, a pesar de ser la niñata más estúpida, pesada y dañinamente rara, aquella tía reciclaba.

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