martes, 19 de junio de 2012

Luego, sonrió.


Al llegar la medianoche vació aquel saco de vocablos por toda la mesa, viendo como cada uno de ellos volaba al ritmo de la brisa que se colaba por la puerta del balcón para llegar deslizándose a todas partes, posándose sobre cualquier lugar a excepción de la cuartilla que se acomodaba sobre el escritorio. Y tras leer todas y cada una de las palabras que a lo largo del día había archivado en su cabeza, se sentó ante el ventanal y sólo supo escribir una.

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