Al llegar la medianoche vació aquel saco de vocablos por
toda la mesa, viendo como cada uno de ellos volaba al ritmo de la brisa que se
colaba por la puerta del balcón para llegar deslizándose a todas partes, posándose
sobre cualquier lugar a excepción de la cuartilla que se acomodaba sobre el
escritorio. Y tras leer todas y cada una de las palabras que a lo largo del día
había archivado en su cabeza, se sentó ante el ventanal y sólo supo escribir
una.

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