Cuando coloqué mis manos sobre el fuego sentí como la piel
se derretía lentamente ante el gozoso espectáculo de las llamas, deslizándose
con la textura ardiente de la cera hasta convertirse en tinta mientras el calor
abrasaba como una serpiente retorcida en mis entrañas, y aquellas gotas negras
derramándose entre mis dedos avivaban una hoguera que no tenía pensado apagar. Cuando
me quise dar cuenta no era más que tinte en mis zapatos.
Hay una metáfora, hay una chica… y existe un porqué.

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