miércoles, 27 de junio de 2012

Los cuernos de la Luna.



Ella se enamoró de mí con las primeras lágrimas del invierno, cuando el frío calzaba tacones de mujer resonando tras las paredes, refrigerando lo que en otro momento tan sólo podía derretirse; entonces, para alejarme del olvido acudía a sus consejos con mi obsesión colgando de la oreja, en un intento por arroparme de aquel suspiro glacial, aguardando cualquier frase que me hiciera sonreír para secar de alguna forma aquel dolor. Con los años, la luna y yo nos hicimos amantes, pero cuando esta se llenaba, mi alma seguía vacía esperando en el balcón que le susurrasen las estrellas, mirando al cielo con nostalgia o hacia suelo con arrepentimiento, y siempre soñando con otra, o quizá y sin quizás pensando en ella.

Pero aquel día se marchó con su aflicción y nos dejó mirar el firmamento.

miércoles, 20 de junio de 2012

La fiebre del rey.



Las ventanas de aquel cuarto se abrieron de golpe dejando paso al sonido de unos dedos chasqueados que parecían proceder del jardín, marcando un ritmo peligroso. De nuevo se había dejado intoxicar por aquella música del diablo. La ponzoña de tres palabras y un cumplido disfrazados de veneno como antídoto de otro que podía resultar ser la verdad, y luego la melodía en los oídos, un guiño en la guitarra, una jarra de optimismo y tras aclararse la garganta, comenzó a cantar.

“fever in the mornig, fever all through the night”

martes, 19 de junio de 2012

La bestia de Liliput.





Aquel tipo nunca dejó de crecer a pasos agigantados. Con ocho años ya era igual de alto que su madre y a los doce era él el que cambiaba las bombillas. Cuando llegó a la adolescencia se tenía que bañar en el mar por precaución y nunca pudo jugar con patos de goma, ni con nadie, porque lo único que le quedaba grande era la soledad, la misma que un buen día le hizo amigo de la luna. Él siguió creciendo hasta la noche de su muerte, de hecho, cuando le llegó la hora, le hicieron un ataúd de plastilina por si las moscas.

Perdió la esperanza cuando su alma le quedó pequeña.

Luego, sonrió.


Al llegar la medianoche vació aquel saco de vocablos por toda la mesa, viendo como cada uno de ellos volaba al ritmo de la brisa que se colaba por la puerta del balcón para llegar deslizándose a todas partes, posándose sobre cualquier lugar a excepción de la cuartilla que se acomodaba sobre el escritorio. Y tras leer todas y cada una de las palabras que a lo largo del día había archivado en su cabeza, se sentó ante el ventanal y sólo supo escribir una.

sábado, 16 de junio de 2012

Marionetas a la mar.



Siempre se había quejado de aquellos cordeles de humo que entre contoneos caprichosos e imposibles sugerían el camino que tanto anhelaba, e impotente ante el destino solo podía dejarse sucumbir y contestar con su sonrisa.

Al igual que un títere entre sogas hilachazas con hebras de cristal
porque aunque fuese una sonrisa disfrutada
luego esa sonrisa la pagaba con sal.

Lo peor de él era saber que lo peor era él mismo, que en realidad era su propia mano la que manejaba aquellas cuerdas que tanto le costaba desasir, él y su fantoche de trapo musitando entre dientes una agradable mentira, tan fácil de escuchar.


jueves, 14 de junio de 2012

A la espera de un plumín.



Cuando coloqué mis manos sobre el fuego sentí como la piel se derretía lentamente ante el gozoso espectáculo de las llamas, deslizándose con la textura ardiente de la cera hasta convertirse en tinta mientras el calor abrasaba como una serpiente retorcida en mis entrañas, y aquellas gotas negras derramándose entre mis dedos avivaban una hoguera que no tenía pensado apagar. Cuando me quise dar cuenta no era más que tinte en mis zapatos.

Hay una metáfora, hay una chica… y existe un porqué.

lunes, 11 de junio de 2012

"Aunque llueva, granice o truene"



La chica de la ventana volvió a dejarse ver, esta vez, más hermosa que cualquiera, más intocable que nunca. Por un momento pareció que le miraba tras el cristal y él aprovechó la situación para recalcar un boceto de su sonrisa antes de perderla de nuevo, porque aquellas ganas de escapar que la precedían la podían transportar muy lejos de él con apenas dos pasos, con dos palabras y un suspiro; así que sacó el lápiz y se puso a dibujar en la oscuridad de sus deseos para poder recordarla siempre cómo siempre la quiso recordar: sonriéndole tras la ventana o arrancándole la soledad.


¿Y qué pasó con el dibujo? Aquel dibujo le hizo soñar.