Como cada mañana, con su taza en una mano y sus sueños en la otra, se presentó de tú a tú al nuevo día mostrándole los desperfectos de toda una noche de delirios y de una vida de estupideces. Entonces lo vio, desde aquel balcón con vistas a la calle, lo vio perfectamente, oculto tras la espesura de aquellos árboles del pasado, con la oscuridad con la que solía presentarse y siempre al acecho, como un psicópata decidido y ritual. Se asustó lo mínimo y supo mantener la compostura, Al igual que aquel tipo que ya sabe su final y que nada puede hacer por remediarlo, sereno y tranquilo. Pero aún se guardaba un as en la manga, de jurarlo, podría decir que ocultaba la baraja entera. Se ató las zapatillas una vez más, quizá, si su plan resultaba, aquella tampoco sería la última ocasión en la que gastar suela; cogió su mochila, y entonces, tras deslizarse por la escalera de incendios, comenzó a correr, esta vez le sobraban motivos.
Con el tiempo me enteré de que no había alcanzado sus propósitos, lo encontraron agonizante sobre alguna alcantarilla, acribillado tal vez por las balas del destino.