Podía sentir el escozor de unas uñas desgarrando su piel, como la prolongación de unos brazos que deseasen atravesarle las entrañas para rescatar todos los secretos guarecidos tras la impenetrable fortaleza en la que se había transformado su corazón a lo largo de las abominables noches que lo escoltaron, para luego tirarlos a la basura o quemarlos en la hoguera más cercana. Y un poco más profundo escuchaba la alarma de seguridad que instaló para dejar de sufrir, el grito de peligro que quebrantaba los pilares del palacio en el que se había asentado su Pepito Grillo particular.
¡Duda!
I: ¿No podían ser los brazos de su propia conciencia, precisamente, rogando un intento de supervivencia por su parte: Una verdadera táctica para olvidar?
V: No, no podía ser, eran las cervezas que se había tomado.

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