Abrumado por la indecencia
que sepultó su talante,
por inapreciar la verdadera esencia
del aprecio;
amo y señor de la vergüenza
que custodia su semblante,
esclavo del pesar y su simpleza
al no saber recompensar
el cariño de una madre.
Mil disculpas y trescientos sesenta y cuatro “te quiero”.

No hay comentarios:
Publicar un comentario