Entre el apretado humo y la sencillez de sus problemas bebían de aquella botella sin dejar aún lado todos aquellos deslices, pero acallándolos mediante la destreza que se hacía presentir en su manera de ver las cosas. De forma que todo se había convertido en un solaz de estima y camaradería, un juego tan carente de lógica en su esencia que, con apenas unas pizcas de sal y algo más de tiempo, lo había convertido en algo ingénito a la de ellos. Y mientras se agigantaban en su particular oasis de distendidos murmullos, acolchados óbices y deliciosos manjares, comprendieron que muy a su pesar era la botella la que se los bebía a tragos.
Se le venía a la mente las palabras de aquel tipo que decía de la vida un juego de centímetros, donde el segundo antes junto con el segundo después no vale nada. Donde cada centímetro arrancado de nuestro alrededor es el que decide quien gana y quien pierde.
Pero lastimosamente eran aquellas palabras las que no valían nada, por que solo de entre lo más profundo de sus entrañas se arranca cada centímetro. Y era allí, en la oscuridad de sus entes, donde cada segundo contaba, tanto el de antes como el de después, siendo ellos mismos los encargados de decidir entre un fracaso o una victoria, entre lágrimas o canciones. Y lo más bonito de todo es que engullidos aún les quedaban ganas de seguir bebiendo.

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