sábado, 7 de agosto de 2010

Corre forrest, ¡corre!


Aturdido por los duros golpes que le había asestado la semana, el alcohol como acontecimiento y el sexo como ilusión, se dispuso a desfigurar una de las muchas decisiones intrépidas que por aquél entonces coronaban la cima de su excentricismo.
 Sus oídos habían sido demacrados por la sutil danza con la que se paseaban las palabras, o por la facilidad con la que se escupían. Su olfato fue noqueado en la primera ronda, derrotado por la necedad que envenenaba el ambiente. Necesitaba flotar sobre la ignorancia que destilaban los mentirosos, que no eran pocos, y huir al bosque donde nadie lo encontrase. Atarse las zapatillas y empezar a correr sin ningún motivo.

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