Y la sensatez invadió sus entrañas sin el más mínimo deje de piedad, asediando todos y cada uno de los recovecos donde se guarecía el rencor que apenas unas semanas atrás había aniquilado a la persona que conocimos y que, “por una cosa o por otra”, lo había transformado en uno de los seres más despreciables de la ciudad.
Un buen caramelo contra el mal aliento.

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