Nadie creía que estuviera despierto hasta que él mismo alzó el brazo para reclamar la
siguiente ronda, lo hizo con dos dedos mientras la cabeza reposaba sobre aquel pegajoso fluido, un batiburrillo de licor, ceniza y lágrimas que recorría
su cauce a lo largo de la barra de ese bar; y cuando el camarero escanció sus
últimas monedas, él se las bebió de un trago, se ajustó el nudo de la corbata,
agarró su pistola con punta de corazón y se marchó para no regresar jamás.
"El padre se llama Juan y el hijo ya te lo he dicho".

No hay comentarios:
Publicar un comentario