Cuando me atreví a visitar a mi amigo el señor Sherlock Holmes, cierto día de otoño del verano pasado, me lo encontré desnudo sobre una pila de noticiarios, sosteniendo entre los dedos de su mano izquierda aquella pipa de brezo que reservaba para ocasiones especiales, mientras en la diestra resplandecía un voluminoso reloj de plata con detalles gravados en oro blanco. Iba ya a retirarme, disculpándome por mi entrometimiento, cuando me hizo entrar bruscamente de un tirón y cerró la puerta a mis espaldas.
-Llega justo a tiempo querido doctor, de sobra sé que usted participa de mi afición a todo lo que es raro y por ello va a ser testigo de como voy a resolver un enigma que lleva acosando a mi intelecto un par de horas. Y todo reside en este reloj… una pieza que a simple vista no entraña ningún secreto, ¿no es así?, algo repulsivamente normal. Pero si observa minuciosamente se dará cuenta que algo no encaja, fíjese, ¿ve los pequeños surcos junto a la cadena?, demasiado irregulares para ser detalles del gravado, es obvio que el portador ha de ser un varón de pelo oscuro, soltero y con mucho ingenio. – Me miró con indiferencia y luego aspiró una prolongada y relajante bocanada de humo antes de persistir con su dictamen- Haga el favor de acomodarse, mi estimado colega, por que llega el momento de profundizar en nuestra investigación. Si contempla con detenimiento podrá percatarse de que se la ha pasado a simple vista una serie de huellas que han quedado marcadas en el dorso de la cubierta y, aunque cada una en sí misma no nos puede facilitar ningún dato relevante sobre su dueño, en su conjunto nos desvela la postura con la que el posible propietario lo sujetaba para ver la hora. ¡Ajá!, y ha sido esta particularidad la que me ha resultado sumamente misteriosa y a la vez me ha llevado a descubrir el fondo de la cuestión… ¿No se da cuenta Watson? Este reloj es mío.
“¿Que ha sido hoy, morfina o cocaína?”

No hay comentarios:
Publicar un comentario