Ya había perdido la batalla contra el alcohol cuando olisqueó el perfume que la madrugada dejó tras sus pasos, con la hora de dormir pisándole los talones y el beso que nunca ocurrió a punto de no suceder jamás. Y cayó, como si el agujero que se había abierto bajo él no tuviese final, ahogándose en la impotencia que manó de entre los poros de su piel al ver que la luz que reinaba sobre su cabeza se hacía más y más pequeña a medida que se adentraba en la profundidad de aquel abismo, cayó mientras las sombras le enredaban los brazos y cayó cuando las oscuridad le arrancó las piernas, es más, lo estuvo haciendo mucho después de llegar a casa y quedarse dormido pensando en ella, él siguió cayendo hasta el fin de sus días.
“Nuestras almas son dos versos que se rozan”

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