martes, 24 de mayo de 2011

Susurros.



Salió a pasear por las calles de “la ciudad sin ley” con aquellos mocasines verde pistacho y su cartera, empachada de peniques, colgándole del cuello. En el cielo el mismo troquel que tenía tatuado en el corazón, la mueca del peligro, mientras los adoquines reflectaban la sombra de unos pasos sin destino resonando en el absoluto silencio al que ya le tenía acostumbrado su inseguridad, movidos por una deliciosa canción, proveniente de un tocadiscos, que viajaba desde alguna ventana abierta hasta sus oídos, con la idiosincrasia con la que lo harían los ángeles. “Get back”. Estaba perdido en una época de payasos, fraude, lujuria y mascotas en las ramas de los árboles, habiendo cambiado, con premeditación y alevosía, su traje de murciélago por algo más casual, el de la vesania al puro estilo R. P. McMurphy; volando por cualquier lugar distinto y escrutando nuevas sonrisas, rodeado de gritos y susurros que no le volvían más loco de lo que en realidad estaba. Quizá una simple excusa para escapar de un mundo enemigo de las oportunidades, un pretexto para alejarse de sus recuerdos que nunca pudieron ser más que eso.

“Martini, tú no eres un loco desgraciado, amigo… tú eres un pescador”.

lunes, 23 de mayo de 2011

Polipatética.


Con ella había que andar con pies de plomo, ya que nunca sabías cuando le podía llegar la hora de mandar todo a freír puñetas. No había una preferencia horaria ni tampoco un modus operandi concreto, solo existía la flaqueza de una mente egoísta y manipuladora, la de una niña con un secreto y una colección de corazones rotos. Daba igual como estuvieran los demás, daba igual lo que opinaran los demás y, sobre todo, daban igual los demás; ella, ella y solo ella tenía que ser la principal protagonista de las novelas del resto. Su historia, siempre su historia, teñida por la imbecilidad de quien lo tiene todo y no es capaz de respetar nada, escrita por una poetisa con sed de sangre, poder y, ¿Quién sabe?, quizá dolor ajeno. Aunque pueda parecer complicado, siempre se salía con la suya echando mano al péndulo que ocultaba en el bolsillo izquierdo, debajo del pañuelo que aún no le había dado tiempo a estrenar. Sus víctimas, aunque dispares entre sí, guardaban relación a diferencia del resto de hombres despechados, ya lo creo que la guardaban, será tal vez por que ella seguía las mismas pautas con cada una de sus relaciones, “llegar, ver y vencer” ese era su juego. Y aunque de momento aún no conocía la derrota, está se presentaría igual de rápida que la batalla de Zela, pudiendo, quizás así, redimir todos sus pecados... que no eran pocos.

jueves, 19 de mayo de 2011

Sin más Blasón que el arrepentimiento.


Abrumado por la indecencia
que sepultó su talante,
por inapreciar la verdadera esencia
del aprecio;
amo y señor de la vergüenza
que custodia su semblante,
esclavo del pesar y su simpleza
al  no saber recompensar
el cariño de una madre.

Mil disculpas y trescientos sesenta y cuatro “te quiero”.