Salió a pasear por las calles de “la ciudad sin ley” con aquellos mocasines verde pistacho y su cartera, empachada de peniques, colgándole del cuello. En el cielo el mismo troquel que tenía tatuado en el corazón, la mueca del peligro, mientras los adoquines reflectaban la sombra de unos pasos sin destino resonando en el absoluto silencio al que ya le tenía acostumbrado su inseguridad, movidos por una deliciosa canción, proveniente de un tocadiscos, que viajaba desde alguna ventana abierta hasta sus oídos, con la idiosincrasia con la que lo harían los ángeles. “Get back”. Estaba perdido en una época de payasos, fraude, lujuria y mascotas en las ramas de los árboles, habiendo cambiado, con premeditación y alevosía, su traje de murciélago por algo más casual, el de la vesania al puro estilo R. P. McMurphy; volando por cualquier lugar distinto y escrutando nuevas sonrisas, rodeado de gritos y susurros que no le volvían más loco de lo que en realidad estaba. Quizá una simple excusa para escapar de un mundo enemigo de las oportunidades, un pretexto para alejarse de sus recuerdos que nunca pudieron ser más que eso.
“Martini, tú no eres un loco desgraciado, amigo… tú eres un pescador”.


