martes, 31 de agosto de 2010

Sinceras mentiras.



Era el recuerdo de una noche
De embaucadores engañados,
De apuestas perdidas,
De palabras bonitas sin bonitos vocablos,
De sinceras mentiras de profundo calado…
De damas de llaves sin puertas cerradas,
De abiertas heridas,
De juegos absurdos de solteras casadas,
De sinceras mentiras y hastiadas palabras.

Mi noche
De novias sin “novio de mujeres bellas”,
De planes sin mapa,
De preciosas estatuas de posturas inquietas,
De sinceras mentiras de aventuras infectas…
De chicas bonitas y de bonitos trajes,
De fiestas de baile sin bailes de fiesta,
De magia de reyes, de reyes sin paje,
De sinceras mentiras de absurdos viajes.

Mi noche
De compañeras que no acompañan,
De faldas con líos sin líos de faldas,
De inocentes niñas en cuerpos esbeltos,
De sinceras mentiras de sueños sin alas…
De susurros al oído nunca pronunciados,
De niñas de juego y sus juegos de niñas,
De rubias y rubias, con pelo castaño,
De sinceras mentiras de grandes peldaños.

jueves, 26 de agosto de 2010

Recurriendo a la normalidad.


Y la sensatez invadió sus entrañas sin el más mínimo deje de piedad, asediando todos y cada uno de los recovecos donde se guarecía el rencor que apenas unas semanas atrás había aniquilado a la persona que conocimos y que, “por una cosa o por otra”, lo había transformado en uno de los seres más despreciables de la ciudad.
Un buen caramelo contra el mal aliento.

Plumín con estilo


Aquello no eran ingenuos vocablos escupidos por una de las más agrias plumas, no era fanfarronería lo que desprendía su sutil dicción, era la magia de un plumín con estilo, de unos de esos con gabán a juego y sombrero,  “con los calcetines del mismo color que los zapatos”. Fue en ese preciso instante cuando lo comprendió todo: los insultos a la par de los consejos, la seducción de las posdatas, el fino aroma que desprendía su talento, el humo que envolvía su despedida haciendo de él uno de los mejores taumaturgos de las palabras; por que era aquel el modelo que archivaría bajo la cuartilla, el orgullo de compartir la misma sangre.

sábado, 7 de agosto de 2010

Corre forrest, ¡corre!


Aturdido por los duros golpes que le había asestado la semana, el alcohol como acontecimiento y el sexo como ilusión, se dispuso a desfigurar una de las muchas decisiones intrépidas que por aquél entonces coronaban la cima de su excentricismo.
 Sus oídos habían sido demacrados por la sutil danza con la que se paseaban las palabras, o por la facilidad con la que se escupían. Su olfato fue noqueado en la primera ronda, derrotado por la necedad que envenenaba el ambiente. Necesitaba flotar sobre la ignorancia que destilaban los mentirosos, que no eran pocos, y huir al bosque donde nadie lo encontrase. Atarse las zapatillas y empezar a correr sin ningún motivo.