Condenados a quererla sin remedio
por culpa de la sangre que nos riega,
esclavos de ese amor que solo ciega
con la luz de una estrella del invierno;
Abatidos por la sonrisa que nos lega,
que subyaga con fulgor y sin criterio,
siervos de esa patria que es su imperio,
somos quienes enarbolan su bandera.
Somos por la claridad de su destello,
somos por estar siempre a su vera,
somos hombres, soberanos y plebeyos,
somos hidalgos de nuestra Dulcinea,
somos música, prosa, somos verso,
pero nunca somos si no es ella.