Aunque la soga estaba atada, y bien atada, esperaba el momento oportuno para saltar y escapar así de su pasado, como ese Herman Loeser huyendo de lo inevitable, paso a paso, página a página en su peculiar libro de las ilusiones. Pero en el fondo sabía que no sería capaz de lograrlo, que él era un desertor cualquiera de cada batalla a librar, que llegado el momento renegaría de lo correcto para salvar su propio pellejo. Y allí estaba él, abrumado por todos los recuerdos que flotaban sobre el pantanoso espectáculo de su mente. Resulta patéticamente gracioso, pero nadie iba a decir que al final no necesitase saltar por sus propios medios, bastó un susurro para tropezar y precipitarse al abismo. Y no fue un empujón, ni siquiera un grito, simplemente el más leve sonido, solo una delicada voz vacía de buenas intenciones. Con la mejor de las serenatas, eso sí, emitida por unos labios pintados de melancolía. ¿Qué le dijo?, nadie se lo pudo preguntar, pero de lo que sí estoy seguro es qué, con las derrotas que le sirvió el tiempo, se dio cuenta de que en realidad no es que no supiera perder, simplemente no sabía jugar.
"Warriors, come on to play"

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