jueves, 7 de octubre de 2010

No por mucho madrugar...

Detesto tus palabras presuntuosas que en un tiempo pasado tenían futuro, las que ahora han sido envenenadas por una cursilería estridente. Me repugna tu monotonía, tus expresiones y tus moralejas ahogadas en el mismo vino en el que chapotea tu dicción, carcomidas por ese alcohol destilado de petulancia que va deshidratando poco a poco tus ideas. Odio por lo tanto tus intenciones y la fanfarronería con la que te jactas de tu propia insignificancia, que al fin y al cabo son las mismas.
Puedes restituir el abrasado plumín de tu estilográfica o canjearlo por un pintauñas y unos zapatos. Te sentará mejor.

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