Detesto tus palabras presuntuosas que en un tiempo pasado tenían futuro, las que ahora han sido envenenadas por una cursilería estridente. Me repugna tu monotonía, tus expresiones y tus moralejas ahogadas en el mismo vino en el que chapotea tu dicción, carcomidas por ese alcohol destilado de petulancia que va deshidratando poco a poco tus ideas. Odio por lo tanto tus intenciones y la fanfarronería con la que te jactas de tu propia insignificancia, que al fin y al cabo son las mismas.
Puedes restituir el abrasado plumín de tu estilográfica o canjearlo por un pintauñas y unos zapatos. Te sentará mejor.

