El dulce aroma de lo conocido era
un perfume todavía por conocer
y el tiempo, mi auténtico enemigo,
confesó ante mí que el olvido era
el suspiro de aquella mentira
que un día se había inventado él;
Con aquel axioma compartido
de que el único culpable fui yo,
el ampo desgastado en mi apellido
por la plomiza culpa que ha asido
el hilo desflecado de aquello que,
aunque ya acabado, nunca terminó.
Y con las bromas que gasta el olvido
aprendí lo difícil que resulta respirar
cuando se es olvidado, sustituido…
y en compañía de mis aullidos,
desvalidos, acometía contra el silencio
que exhalabas por las noches, Soledad.

