martes, 31 de julio de 2012

El hombre triste.



La sonrisa de aquel tipo rozaba el suelo con la dulce amenaza de no dejar de crecer nunca, salía a la calle bailando con las farolas como si de verdad supiera hacerlo y cuando menos te lo esperabas echaba mano al saco rosa que colgaba de su espalda y se ponía a lanzar caramelos de colores con aquella cara de tonto que se le había quedado cuando el azar empató contra el destino en el momento en el que aprendió a besar por segunda vez.


El hombre triste dejó de serlo porque en realidad era más fácil ser feliz.

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