La sonrisa de aquel tipo rozaba el suelo con la dulce
amenaza de no dejar de crecer nunca, salía a la calle bailando con las farolas
como si de verdad supiera hacerlo y cuando menos te lo esperabas echaba mano al
saco rosa que colgaba de su espalda y se ponía a lanzar caramelos de colores
con aquella cara de tonto que se le había quedado cuando el azar empató contra
el destino en el momento en el que aprendió a besar por segunda vez.
El hombre triste dejó de serlo porque en realidad era más fácil ser feliz.
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