El destino, siempre tan arrogante y siniestro, con la firme convicción de que el fin justifica los medios, confuso y sin las ideas claras. ¡Maldito idiota! Y aunque nosotros, desconocedores de lo que nos depara la vida, seamos capaces de transfigurar esos medios convirtiéndolos en algo tan repulsivo como lo es la guerra, el dinero, y en más de todas las ocasiones la vida, por que es así, estamos condenados a la fragilidad moral de nuestra propia existencia; nada de esto le exime de su pequeña gran culpa. Y siendo víctimas somos libres, porque aunque todo lo que pasa tiene que pasar y todo lo que tenga que pasar pasará, somos nosotros los encargados de llegar a ese fin, para bien o para mal, y aún siendo soberanos en la forma, seguimos esclavos de nuestras decisiones.
